miércoles, 24 de octubre de 2012

La felicidá

Hace algunos días se divulgó el resultado de un informe presentado por la Fundación Nueva Economía, según la cual Colombia tiene el tercer mejor resultado en la evaluación del Indice Planeta Feliz . Con la simpleza con que suelen abordar las noticias la mayoría de medios colombianos, estos salieron a decir que éramos el tercer país más feliz del mundo. No pasó mucho antes de que algunas emisoras lo convirtieran en tema del día. Entre los comentarios hechos por los oyentes en Twitter quisiera destacar los siguientes, que me parecieron representativos de la tendencia general entre los comentaristas:






¿Realmente somos uno de los países más felices del mundo? ¿En qué consiste la felicidad? No quiero irme al punto de citar la definición que emplea la Fundación Nueva Economía; quiero mirarlo desde un punto de vista más básico. Para esto nos sirven de punto de partida esos comentarios en Twitter. Se lee en uno de ellos, por ejemplo, que "lo tenemos todo para ser muy felices". No sé ustedes, pero creo que esa frase no resiste el menor análisis. Un país donde existe un conflicto armado entre el Estado y una fuerza rebelde organizada y financiada por secuestros y narcotráfico, donde pululan bandas armadas dedicadas a la extorsión, donde en las ciudades no se puede tomar tranquilamente un taxi por el riesgo de ser víctima de un secuestro exprés, y donde, además de todo, la justicia es una broma de mal gusto, sencillamente no reúne las condiciones para ofrecerle un nivel decente de bienestar a sus ciudadanos.

Ahora bien, el personaje que hizo el comentario seguramente habla desde su vivencia personal, que debe haber sido bastante afortunada. Yo también he tenido una existencia afortunada, con pocos traumatismos y varios privilegios. Pero eso no me lleva a afirmar que vivimos en un Shangri-La tropical. Decir algo así sólo evidencia una gran indolencia, un enajenamiento con respecto a los dramas que han vivido, por ejemplo, un sobreviviente de la matanza de Bojayá o un familiar del exterminio de la Unión Patriótica. Porque no se nos olvide, en este país, no hace mucho, se cometió un genocidio político. Pero mientras en Argentina y en Chile aún la gente se detiene a llorar por los excesos de las dictaduras militares, aquí ni nos acordamos de nuestros horrores.

Sigamos mirando comentarios. "Aprendimos a sacarle las cosas buenas a cada día", dice el otro. Quien lo escribió por lo menos no tiene el "síndrome de Wonderland" del que padece el otro comentarista. Esta persona da la impresión de que sí se da cuenta de que en Colombia hay cosas que no marchan bien. Sin embargo, evidencia otro fenómeno que es el de la resignación: "sí, este país está lleno de líos y desastres, pero hay que acostumbrarse a que eso es lo que hay, y arañarle a la miseria algo de felicidad". Me parece que esta actitud es igualmente peligrosa, porque también se pierde la capacidad de reacción, la voluntad para ejercer crítica. Y eso equivale a entregarse en manos de los grupos de interés que han cooptado las instituciones, puesto que para ellos una sociedad indolente o rendida les abre todo el campo de acción para seguir cometiendo sus abusos. Veo, además, algo delicado. Pareciera ser que algunos colombianos confunden felicidad con alienación. ¿Será que a la gente los infortunios propios o ajenos les parecen poco importantes en la medida en que esté garantizada la rumba del fin de semana?

Yo, personalmente, tengo fuertes vínculos con este país y hay un buen número de razones que me hacen preferir mi solar bogotano, con todos sus defectos, a otros vivideros. Lo constaté después de una temporada en la que viví fuera del país. Pero eso no mella mi sentido crítico. Todo lo contrario. Soy de los que piensa que se debe ser más crítico con aquellos a los que se ama o aprecia, y, como anhelo que las cosas en este país vayan a mejor, mal haría en cerrar mis ojos a los problemas que nos golpean. Me parece fabuloso que en Colombia siempre haya cabida para la risa, para la fiesta, para la celebración. La buena actitud y el poder compartir agradablemente con otros, el hecho de que se aún se pueda contar con la gente para construir buenos momentos y sacar una sonrisa, es una poderosa herramienta para prevenir la depresión y otros males que aquejan a sociedades aparentemente con menos problemas, como es el caso de los países nórdicos o Suiza. Pero no podemos hacer de la celebración una droga. Ella no nos debe distraer de la necesidad apremiante de subsanar las fallas estructurales del país, en particular las desigualdades, que constituyen la gran barrera para lograr llevar bienestar a todos los sectores de nuestra sociedad. Y el bienestar, entendido como buena salud, buena educación, buena movilidad, seguridad, etc., sí que es prerrequisito y senda para poder disfrutar de auténtica felicidad.


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