miércoles, 19 de diciembre de 2012

Petrarca

Desde sus tiempos como miembro del Congreso de la República, Gustavo Petro ya venía acostumbrándonos a un estilo muy suyo. En una mezcla entre la arrogancia de quien se considera del lado justo, y una agudeza sin par, cazó peleas con muchos miembros de las élites políticas y económicas de este país. Petro destacó por su ejercicio de control político, y fue uno de los más enconados adversarios que, desde el Legislativo, encontró el entonces presidente Alvaro Uribe. Y muchos lo admirábamos por eso, a tal punto que nos gustaría seguir viéndolo en su papel de censor, de fiscalizador, en vez de haber asistido a su transformación, una vez accedió a un cargo en el Ejecutivo, en un autócrata que no oye razones y no admire disenso.



Este nuevo Petrarca (ya que no poeta, sino Petro con ínfulas de monarca) ha exhibido, curiosamente, muchas características que solían ser sello personal de Uribe. Presume de no requerir de la opinión de otras instituciones al considerarse en línea directa con el pueblo, emplea buena parte de sus energías en cazar peleas con cuanto detractor haya, parece permanentemente en campaña al ser tan amigo de la oratoria, del micrófono (o megáfono, lo que esté más a mano), y, lo más grave de todo, está enajenando a colaboradores y amigos que creyeron en él desde tiempo atrás. Así como Uribe apartó de su lado a Germán Vargas, a Rafael Pardo y a Gina Parody, Petro ha hecho lo propio con sus viejos compadres Daniel García-Peña y Antonio Navarro. Quiera el destino de que no haga como el ex-presidente, y termine llenando los vacíos  con los Valencias Cossios, los Holguines Sardis y los Rodrigos Riveras en versión "progresista".

Al quedarse Petro con cada vez menos voces sensatas y sinceras asesorándolo, y en cambio rodeado de un coro de áulicos, es de enorme peligro si tenemos en cuenta que no ha demostrado ser una persona versada en temas de planeación y gestión urbana. Jamás se le vio a Petro meterse en detalle con los temas de Bogotá hasta que, viendo una opinión favorable, se lanzó como candidato menos de 6 meses antes de las elecciones. Es cierto que en política, como en el amor, se suele elegir con la emoción más que con la razón, pero aún así quedará registrado con asombro cómo en el 2011 los bogotanos eligieron como alcalde al candidato que tal vez cumplía menos con el perfil para el cargo. Así, pues, sin buena asesoría, y sin preparación adecuada, lo que sucede es que las decisiones terminan siendo más ideológicas que gerenciales y con el riesgo de la improvisación ahí latente. Ya lo estamos viviendo con el modelo de recolección de basuras que comenzó a operar en el día de hoy. Petro decidió cambiar todo el modelo con menos de cuatro meses de anticipación, algo que cualquier conocedor del tema habría desechado. Esto llevó a improvisaciones como el terminar usando volquetas para recoger la basura, cuando estos vehículos no son los adecuados para tal fin. Y, además, Petro le añadió el tinte ideológico de ser una lucha entre lo público "bueno" y "legal" contra lo privado "demoníaco" y "mafioso" (bajo la cual se pretende adelantar un fuerte proceso estatizador en este y otros frentes). Y todo para terminar dando un reversazo y acudiendo a aquellos operadores que llegó a tildar de "paramilitares".

Otro aspecto preocupante en esta petrarquía tiene que ver con el uso de los medios. El carácter mediático de la administración no se ha limitado a la oratoria del líder. La estrategia se ha extendido a Canal Capital, dirigido por un hombre muy cercano al alcalde, Hollman Morris. Si bien la reestructuración que ha sufrido el canal tiene muchos aspectos positivos, como el de abrir espacios en televisión para la comunidad LGBTI y de desarrollar una excelente serie de documentales sobre las víctimas de Pablo Escobar, lo cierto es que la línea general ha sido la de crear un vehículo de propaganda del régimen. La evocación constante a figuras ideológicamente cercanas a Petro (y que murieron asesinados), un noticiero con bastante sesgo pro-petrista, y las constantes apariciones del burgomaestre lo evidencian. No en vano Petro le dijo a Chávez, cuando este se posesionó, que debía asegurarse el control absoluto de dos cosas: el petróleo y los medios de comunicación. Para el alcalde de Bogotá el trabajo mediático es pieza fundamental. Animo estatizador, culto al líder y control de medios: la petrarquía a veces adquiere rasgos en común con el odioso totalitarismo.

No creo de ninguna manera que estos líderes "providenciales", estos caudillos, sean convenientes para el buen funcionamiento de las instituciones, provengan de la izquierda, como Petro, o de la derecha, como Uribe. Así como en biología sabemos que una especie sobrevive y evoluciona entre más variabilidad en respuestas genéticas a situaciones ambientales tenga, también en política una sociedad florece mientras más debate y abundancia de ideas haya. Y en el caso poco probable pero afortunado de que el líder esté bien encaminado, las políticas no sobreviven al paso de éste por el poder, y tampoco se crea el espacio para formar nuevos líderes. Espero que, por el bien de Bogotá y de su propio movimiento, Progresistas, Petro disuelva su petrarquía y abra espacios de discusión de donde su administración se nutra para abordar los problemas críticos de Bogotá, que son legión. Ojalá no se quede complaciendo su ego, dedicado a hacer retweets de las frases de sus aduladores, al mejor estilo Uribe. Un déspota de izquierda, parafraseando a García-Peña, no es menos odioso.

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