martes, 20 de noviembre de 2012

¿Parlamentarismo o presidencialismo?

A lo largo de sus 200 años y pucho de vida independiente, y a pesar de las diferentes constituciones que ha tenido, Colombia ha mantenido un régimen presidencialista, bajo la notoria influencia de los Estados Unidos. Debido a esta misma influencia, los demás países de América Latina también se han decantado por este tipo de regímenes, cuando no han abandonado la democracia para optar por dictaduras. En otras partes del mundo, en cambio, donde el influjo ha sido principalmente europeo, se han establecido democracias de corte parlamentario. De acuerdo con los hallazgos de académicos especializados en la materia como Juan Linz, los países del Tercer Mundo que han adoptado el parlamentarismo han sido menos proclives al autoritarismo que aquellos que se han decantado por el presidencialismo. Si bien Colombia ha estado relativamente inmune al surgimiento de gobiernos autoritarios, ¿le convendría más al país convertirse en una democracia parlamentario? ¿Qué ventajas podríamos obtener de ello?



Para empezar, es preciso hablar sobre la separación de poderes. Siempre se habla de un esquema ideal, con un perfecto equilibrio entre el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, soportado por un sistema de frenos y contrapesos entre ellos. Sin embargo, en la práctica no se cumple el ideal y un poder es preponderante sobre los otros dos. En el régimen presidencialista, la balanza se inclina hacia el Ejecutivo. En el parlamentario, hacia el Legislativo. Como la rama ejecutiva suele ser de carácter unipersonal (con excepciones como Suiza, tal y como expuse en un artículo anterior), mientras que en el Legislativo se manejan instituciones colegiadas, el parlamentarismo brinda una gran ventaja para países caracterizados por la heterogeneidad: el núcleo de poder está distribuido entre colectivos que representen a los distintos componentes de la nación. En Colombia se habla el mismo idioma, pero, más allá de eso, somos un país muy diverso y heterogéneo. Yo, personalmente, aún no me explico cómo sobrevivió el centralismo en un país en el que las regiones han estado tan aisladas por la orografía local. Un parlamento colombiano, pues, propendería por la descentralización y la representación regional, mientras que, con el sistema actualmente vigente, existe el peligro de que el presidente de turno priorice los intereses de su región por sobre los de las demás. Además, se produciría otra ventaja muy importante: se reduciría enormemente el riesgo de caer en el caudillismo, al ser el primer ministro simplemente el líder de la bancada mayoritaria, dependiente del apoyo de su partido para formar gobierno, en vez de creerse un individuo providencial, suficiente en sí mismo, y que considere que los votos dados a él, directamente, por el pueblo le dan carta blanca. El parlamentarismo, por supuesto, no elimina del todo este riesgo, por supuesto, como el caso de la vieja República de Weimar lo ilustra, pero sí lo reduce considerablemente.

Pero para que todo este tema de bancadas y de formación de gobierno a partir del parlamento, se requiere, sin embargo, la existencia de partidos políticos fuertes, organizados, disciplinados, con unas bases programáticas concretas y diferenciadas. Y, desafortunadamente, en este momento en Colombia no contamos con eso. Los partidos conservador y liberal, fundados a mediados del siglo XIX en torno a ideologías marcadas, se fueron desdibujando fruto de la traición a sus propias posturas y las prácticas poco éticas de sus miembros. A finales del siglo XX, con escándalos como el proceso 8.000, el prestigio de los partidos tradicionales recibió su golpe de gracia, y han terminado convertidos prácticamente en fábricas de avales para microempresas electorales de corte clientelista, cuando no en mendigos de favores políticos del presidente de turno. Al margen de esto, han surgido otros movimientos pero en su mayoría son de corte personalista, como Progresistas (en torno a Gustavo Petro) o Primero Colombia y el mismo Partido de la U (en torno a Alvaro Uribe), que no van más allá de la figura (y de los caprichos) del líder y por ende son inadecuadas para formar bancadas parlamentarias. Incluso iniciativas loables y honestas, como el Partido Verde, está en una suerte de limbo ideológico debido a sus incongruencias internas. Tenemos, pues, un esquema de partidos débil y algo nebuloso. Afortunadamente, se han visto iniciativas para volver a estructurar principios programáticos en partidos como el Liberal. Sólo queda ver si a esto se une una disciplina de partido real así como la voluntad de anteponer los principios del partido a los afanes politiqueros. Del Partido Conservador, en cambio, no queda esperanza alguna.

En el actual orden de cosas, yo esperaría a que se formaran partidos sólidos en torno a cuatro vertientes: una de izquierda "dura", que tomara elementos del desvencijado Polo Democrático, junto con Piedad Córdoba y otros miembros de la llamada Marcha Patriótica; otra de centro-izquierda, en torno a Progresistas pero que dejara de ser un apéndice de aduladores de Petro; otra de centro-derecha, encarnada por el Partido Liberal; y una de derecha radical, a partir del Puro Centro Democrático más los restos del conservatismo, y con un programa que fuera más allá de los arrebatos de Uribe. A partir de estas cuatro fuerzas, podría desarrollarse un sistema parlamentario en el que todo el espectro político se viese representado.

Si todo lo anterior se diera y se las condiciones existieran para poder construir un régimen parlamentario, habría que pensar, adicionalmente, en la manera de elegir el parlamento. Se proponen dos opciones: una, la llamada anglosajona o de Westminster, que consiste en elegir un parlamentario representando a un "distrito", es decir, a un determinado número de personas en un espacio geográfico determinado, o la conocida como continental, en la que se presentan listas únicas por partido y donde el número de escaños se asigna proporcionalmente a la votación universal obtenida por cada movimiento. A mí se me antoja muy interesante la primera opción, porque así habría una relación más directa entre representante y representados. Uno sabría perfectamente quién está hablando por su localidad en el parlamento, por lo que la rendición de cuentas sería más organizada y puntual. De todas maneras, el hecho de que cada elección de parlamentario se realizaría a nivel micro, sería preciso contar con una veeduría ciudadanía muy estricta que evite que, por falta de visibilidad, se vicien los comicios. Las redes sociales pueden cumplir un papel muy útil en el sentido de ser vehículo de denuncias, pero seguramente sólo tendrían alcance a nivel de los grandes centros urbanos. Para las áreas rurales se necesitaría idear herramientas de control más ingeniosas.

En cuanto a formar gobierno se refiere, el régimen parlamentario ofrece flexibilidad donde nuestro actual presidencialismo ofrece sólo trabas, al permitir que miembros del Legislativo entren a formar parte del gabinete ministerial. Incluso el propio primer ministro provendría del parlamento. Generalmente, muchos líderes políticos forman parte del Senado o de la Cámara, y pocos son los que están dispuestos a someterse a renunciar a sus curules por un ministerio. Además, al tener automáticamente el primer ministro mayoría parlamentaria, no ocurrirían bloqueos al avance de los trámites de los proyectos de ley impulsados por el gobierno, bloqueos que por lo general obligan a Ejecutivo y Legislativo a llegar a acuerdos no muy santos a cambio de una aprobación. Este sistema también provee herramientas de control a ambos poderes, al permitirle al Ejecutivo disolver el Parlamento y convocar a nuevas elecciones anticipadas, y al Legislativo las herramientas de moción de confianza y moción de censura que puede forzar a la formación de un nuevo Gobierno.

Como puede verse, el parlamentarismo se perfila como una opción no despreciable en absoluto para Colombia y puede amoldarse apropiadamente a las necesidades de un país tan diverso como el nuestro. Sólo se necesita una reestructuración y un saneamiento al interior de los movimientos políticos, para recuperar el prestigio perdido de estas colectividades y que la gente recurra a ellas y no al caudillo del momento en cada coyuntura. Tiene una ventaja adicional importante la democracia parlamentaria, que casi olvido mencionar: el cargo de Jefe de Estado está separado del de Jefe de Gobierno y se le confiere a manera de título cuasi-honorífico a una figura de ya largo recorrido pero a quien no se le quiere depositar demasiadas funciones. Sería el puesto perfecto para nuestro querido Angelino.

2 comentarios:

  1. Muy interesante todo. Coincido con usted en que sería 'mejor' un sistema parlamentario pero, como usted mismo señala, ni hay partidos fuertes con ideologías claras y, para colmo de males, el Congreso es, con justísimas razones, una de las instituciones más desprestigiadas en el país (bueno, si alguna vez tuvo prestigio).

    Por otra parte, aunque con el parlamentarismo se disminuirían riesgos como el caudillismo o el bloqueo legislativo, esto no siempre sucede. Sobre lo primero, basta ver lo que pasa ya mismo en Cataluña (dentro de un contexto muy específico como el actual: sentimiento independentista exacerbado por la crisis económica), donde Artur Mas, del gobiernista (y derechista) Convergència i Unió, se erige como un mesías 'vehículo' (o dueño) de "la voluntad de un pueblo", quien ya está montado en el sueño de convertirse en el primer presidente de una Cataluña independiente (o al menos, en el prócer que abrió el camino), independencia que solo apoyó cuando Rajoy le negó el "pacto fiscal" y cuando la marcha del 11 de septiembre resultó multitudinaria.

    Sobre los bloqueos, en Japón sucedió hace pocos años. Una vez ido el mechudo, carismático y venerador de criminales de guerra Jun'ichirō Koizumi, uno a uno los siguientes primeros ministros se iban al año de ejercer, ya fuera por mala gestión o porque desde 2007 el principal opositor obtuvo la mayoría en la cámara alta, lo que le permitía bloquear iniciativas aprobadas en la cámara baja, de mayoría gobiernista. Luego, en 2009, la oposición se haría con la cámara baja y ahora gobierna, pero la 'inestabilidad' se mantiene. Y ahora el otrora partido de gobierno podría volver al poder de la mano de otro ultraderechista, nieto de un criminal de guerra y sucesor inmediato de Koizumi, quien se tuvo que ir por su pésima gestión.

    Lo veo difícil, la verdad, así como veo complicado un saludable sistema federal (sin los extremos de la época de los Estados Unidos de Colombia) en este país centralista y camandulero.

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    1. Convengo en ello, Julián. Completamente de acuerdo en que el parlamentarismo no es cura definitiva contra el caudillismo. Por eso incluí el ejemplo de la República de Weimar que terminó convertida en el Tercer Reich. Pero el presidencialismo está más expuesto a personalismos y se corre un gran riesgo de que el mismo carácter representativo de la democracia quede en entredicho.

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