¿Qué tienen en común un
entrenador nacido en el viejo Imperio Austro-húngaro y un médico que se crió a
orillas del río Cauca? Separados por un Océano de distancia, ambos cargaron
sobre sus hombros la responsabilidad de dos aciagos destinos. Pero no por un partido
mal planteado o por una lesión mal tratada. No. Fue lo que salió de sus bocas
la semilla del desastre.