¿Qué tienen en común un
entrenador nacido en el viejo Imperio Austro-húngaro y un médico que se crió a
orillas del río Cauca? Separados por un Océano de distancia, ambos cargaron
sobre sus hombros la responsabilidad de dos aciagos destinos. Pero no por un partido
mal planteado o por una lesión mal tratada. No. Fue lo que salió de sus bocas
la semilla del desastre.
Entre las muchas situaciones anecdóticas que pueblan la
historia, las maldiciones proferidas contra personajes famosos son de las que
más captan la atención del público, dado el sino trágico que las palabras
lanzadas parecieran acarrear. De particular recordación son, por ejemplo, la
que lanzó Jacques de Molay, último gran maestre de la orden templaria, contra
el linaje del rey Felipe IV de Francia - “¡Todos malditos hasta la séptima
generación!” -, se dice que gritó antes de morir en la hoguera, o la que
supuestamente lanzó el líder indígena Tecumseh sobre los presidentes de Estados
Unidos y a la cual se le atribuyen las muertes de Abraham Lincoln y John Kennedy. El mundo del fútbol, por supuesto, no ha sido extraño a este tipo de
historias y la inexplicable sequía de títulos de algunos clubes ha sido
atribuida a las palabras terribles, con las que en un momento de ira y de
intenso dolor, un personaje supersticioso signó el destino de un club. A
continuación, la historia de dos "equipos malditos" a cada orilla del
Atlántico.
Si en Lisboa llueve…
Cuando comenzó a disputarse la Copa de Europa, hacia finales
de los años 50, el gran rey de copas era el Real Madrid de Di Stefano, Gento y
Puskas. En 1961, la racha de victorias madridistas llegó a su fin, cuando la
final europea fue disputada por el archirrival del equipo blanco, el FC Barcelona,
y un club del vecino Portugal, el Sport Lisboa e Benfica. El club luso, fundado
en 1904, venía experimentado un notable ascenso en su calidad de juego, había
ganado varios títulos en su país y poco antes de jugar la final contra el
Barcelona había fichado a quien llegaría a ser una de las más grandes estrellas
del fútbol portugués: el legendario Eusébio. En la final, disputada en Berna,
Suiza, Benfica se coronó campeón europeo por primera vez en su historia, luego
de vencer a los catalanes por 3-2, sin las presencia de Eusébio, quien tendría
su debut un día después.
Un año más tarde, el club portugués alcanzó de nuevo la final
continental, disputada esta vez en el Estadio Olímpico de Ámsterdam. A pesar de
tener en frente, ni más ni menos, que al Real Madrid, Benfica logró defender el
título al imponerse por 5-2 al club de Chamartín, esta vez con dos goles de
Eusébio. Así pues, en sus siete años de vida, entre 1955 y 1962, la Copa de
Campeones de Europa sólo había coronado a dos equipos: el Real Madrid en cinco
ocasiones y el Benfica en dos. Los lisboetas se encontraban en la élite del
fútbol europeo.
El entrenador que los ayudó a llegar a la cúspide, y
protagonista de esta historia, era un húngaro de nombre Béla Guttmann. En los
años 50, Hungría era potencia futbolística y Guttmann había dirigido a muchas
de las grandes figuras magiares en el Honved de Budapest, entre quienes se
encontraban el ya mencionado Puskas, así como Kocsis y Czibor. En 1956, los
tanques soviéticos lideraron el aplastamiento de la Revolución Húngara, suceso
que produjo la diáspora de las estrellas deportivas de ese territorio. Mientras
que Puskas aterrizó en el Real Madrid, y tanto Koscis como Czibor lo hicieron
en el Barcelona, Guttmann terminó desembarcando en Brasil, un destino lejano
donde dirigió al Sao Paulo e introdujo la formación 4-2-4, que resultó crucial
en la victoria de los brasileños en el Mundial del 58.
Tras su paso por Brasil, Guttmann llegó a Portugal, donde
trabajó primero para el Porto y luego para el Benfica, equipo que lo contrató
como entrenador en el verano de 1959 y en el que su primer gran acierto fue ser
el artífice del fichaje de Eusébio. Supuestamente, según cuenta la anécdota, el
entrenador húngaro pidió llevarlo al Benfica luego haber oído a José Carlos
Bauer, su sucesor (¿antecesor?) en el banquillo del Sao Paulo, hablando de las
virtudes del jugador a quien había visto durante una gira por Mozambique -
tierra natal de La Pantera Negra y a
la sazón colonia portuguesa -, mientras ambos entrenadores eran atendidos en
una barbería.
Tras el éxito indiscutible de ese fichaje y habiendo logrado
los dos títulos continentales frente a los clubes españoles, Guttmann consideró
que era apropiado solicitar un aumento en su salario. Sin embargo, cuando se
acercó a los directivos del Benfica para renegociar su paga, descubrió con
sorpresa que no solamente habían rechazado su petición, sino que además fue
tratado de manera poco amable. Guttmann montó en cólera. Profundamente dolido
por el trato inesperado que le había dado el club, luego de las alegrías que
les había brindado, el entrenador húngaro se marchó del equipo, pero no sin
antes espetar estas palabras: “Ni en
cien años el Benfica ganará de nuevo una Copa de Europa”.
Los dirigentes decidieron hacer caso omiso a lo que parecían
las palabras de un loco y contrataron como nuevo entrenador para la temporada
62/63 al chileno Fernando Riera, quien venía de llevar al seleccionado de su
país hasta el tercer puesto del Mundial de Chile 1962. En la primera campaña sin
Guttmann, los lusos tuvieron una buena temporada y alcanzaron por tercera vez
consecutiva la final europea, esta vez en Wembley, y parecía que la maldición
del húngaro no eran más que palabras vacías.
Para levantar su tercer trofeo en línea, Benfica debía vencer
al AC Milan, que contaba entre sus filas con Cesare Maldini, Giovanni
Trapattoni y Gianni Rivera, tres futbolistas que dejarían su huella en la
historia del fútbol italiano. A pesar de esas presencias, en ese momento, el
dos veces campeón era el Benfica y lo sensato parecía ser una apuesta en favor
del club portugués, que se adelantó en el marcador gracias a Eusébio. Sin
embargo, en el segundo tiempo fue inmensa la sorpresa cuando, retumbando las
palabras de Guttmann, un doblete de José Altafini le dio al Milan su primer
título en Europa.
Medio siglo después, el
Benfica ha jugado cuatro finales más de Copa de Europa (’65 ante Milan, ’68
ante Manchester United, ’88 ante PSV
Eindhoven y ’90 frente a Milan), así como dos finales de Copa UEFA/Europa League
(la del ’83 ante el Anderlecht y la de 2013 ante Chelsea) y no ha conseguido
ganar ninguna. El fantasma de Bela Guttmann, muerto en 1981, aún se pasea por
el Estadio Da Luz.
…por Cali no escampa
Antes de que estos eventos ocurrieran en el Viejo Continente,
de este lado del Atlántico empezaba a tomar forma el campeonato profesional del
fútbol colombiano y los equipos que hasta ese entonces habían sido de carácter
aficionado iban poco a poco convirtiéndose en clubes profesionales. Uno de
ellos fue el América de Cali. En 1948, la asamblea de socios decidió por
mayoría profesionalizar el equipo, pero bien sabemos que “por mayoría” no
significa “de forma unánime”. Naturalmente, algunas voces se manifestaron en
contra, entre ellas la del médico y ex jugador Benjamín Urrea, a quien apodaban
'Garabato'.
Según se cuenta, la oposición que planteaba Urrea a la
profesionalización fue recibida no sólo con risas y desprecio, sino también con
falsas inculpaciones. Hay quienes dicen también que a lo tenso de relación se
sumaba una deuda, que desde hace un año tenía el equipo con Urrea y que para
ese entonces añun que no había sido saldada. Viendo la actitud de sus socios,
'Garabato' fue presa del enojo. Cuentan que, cuando se tomó la decisión final,
él se levantó furioso de la mesa y dijo: “Que
lo vuelvan profesional, que hagan del América lo que quieran, pero juro por mi
Dios que nunca serán campeones”.
El propio Urrea, tiempo después, contó que había salido de
allí a un bar de dudosa reputación donde se puso a beber cuantiosamente, y en
plena libación, hizo un ritual que consistía en llevar la botella con sus manos
a la parte baja de su espalda, mientras nombraba uno a uno a los jugadores y
dirigentes para que sobre ellos cayera la maldición. Luego de este incidente,
'Garabato' dejó de ser accionista, pero jamás hincha, del América.
Así pues, el club caleño comenzó a participar en el torneo
profesional, pero en sus primeros campañas encontró más pena que gloria.
Pasaban los años y mientras equipos de ciudades más pequeñas y con menos
recursos, como el Deportes Quindío y el Unión Magdalena, lograban capturar
títulos y combatir la hegemonía ejercida por clubes como Millonarios y Santa
Fe, los 'Diablos Rojos' pasaban en blanco cada temporada. Al final de cada
campaña, alguien siempre se tomaba la molestia de evocar lo que ya se conocía
en Cali como la “Maldición de Garabato” y a esas palabras le achacaban el mal
rendimiento del equipo.
Llegó así el año 1979. Tres décadas llevaba ya el club rojo en
el profesionalismo y todavía no daba vuelta olímpica alguna. La dirigencia del
América decidió entonces tomar cartas en el asunto. En lo meramente humano, el
club vallecaucano fichó nombres del calibre de Juan Manuel Battaglia, Gerardo
González Aquino y Alfonso Cañón, mientras que, en el plano sobrenatural, se
realizó una misa en plena gramilla del Pascual Guerrero, con la presencia del
mismísimo 'Garabato', en la que se pretendió practicar una suerte de exorcismo
que pusiera fin a la maldición.
Precisamente ese año, América clasificó al cuadrangular final
junto a Unión Magdalena, Santa Fe y Junior. El 19 de diciembre, el club caleño
llegó a su último partido con dos victorias, dos empates y una derrota, para un
total de seis unidades, (teniendo en cuenta que en esa época las victorias
daban dos y no tres puntos), mismo puntaje que Santa Fe. Sin embargo, la
diferencia de gol favorecía al América sobre los 'Cardenales' y un triunfo en
el Pascual Guerrero ante el Unión Magdalena podía significar el esquivo primer
título. Cuando sonó el pitazo final de la última jornada, América se había
impuesto 2-0 con goles de Cañón y Víctor Lugo, mientras que Santa Fe apenas
venció a Junior por la mínima diferencia. América, por fin, era campeón del
fútbol profesional colombiano.
Pero había más. Durante la década de los 80, América vivió una
impresionante racha de triunfos al salir campeón de Colombia cinco veces
consecutivas, del ’82 al ’86. Parecía que la misa del ’79 había dado resultado
y la maldición había sido conjurada, sin ignorar el hecho de que ese equipo
tenían como gran entrenador a Gabriel Ochoa Uribe y se había reforzado con
Roberto Cabañas, Willington Ortiz, Ricardo Gareca y otras figuras, gracias a la
fuerte inyección de capital que desde el ’79 venían realizando los tristemente
célebres hermanos Rodríguez Orejuela.
Se volvió entonces habitual la participación de los 'Diablos
Rojos' en el máximo torneo continental, la Copa Libertadores de América, cuyo
trofeo se convirtió en la próxima meta del cuadro caleño. La primera
oportunidad llegó en 1985, cuando tras una excelente campaña, en la que sólo
perdieron un partido, los de Cali llegaron a la final ante Argentinos Juniors.
Los duelos en Buenos Aires y Cali quedaron ambos 1-0 a favor del local,
combinación que obligó a un tercer partido en terreno neutral.
La cita fue en Asunción, donde el marcador final fue 1-1,
igualdad que llevó a los penaltis. Cuando llegó el momento de cobrar el último
penal, el arquero Julio César Falcioni declinó hacerlo a último momento y dejó
su lugar a Anthony de Avila, quien tuvo que ir apresuradamente a patear desde
los doce pasos. A la improvisación se sumó la pericia del arquero Enrique Vidallé,
quien se adelantó lo suficiente para atajar el tiro del 'Pipa' y darle así el
título continental al club argentino.
En el '86 volvió América a llegar a la final, teniendo esta
vez como rival a River Plate. En ese choque, el equipo argentino fue notablemente
superior, con una gran actuación del 'Búfalo de San Luis', Juan Gilberto Funes,
quien anotó tanto en Cali como en Buenos Aires los dos goles con los que River
ganó esa Libertadores. Con el peso de dos finales consecutivas perdidas sobre
los hombros, los rojos no perdieron la ilusión y se prepararon para la edición
de 1987.
Una vez más, América realizó una gran campaña, demostró ser un
equipo que estaba para grandes cosas y por tercera vez consecutiva inscribió su
nombre como finalistas. Esta vez el enemigo a vencer era Peñarol. Un 2-0 en
Cali, con goles de Battaglia y Cabañas, alimentó la ilusión, pero en Montevideo
el cuadro colombiano cayó 1-2. Como en esa época no se decidía por el marcador
agregado, fue nuevamente necesario recurrir a la figura del tercer partido,
para el cual fue designado el Estadio Nacional de Santiago de Chile.
En el juego por el título, el tiempo reglamentario terminó sin
goles, obligando a jugar 30 minutos adicionales. Si el partido terminaba 0-0,
de acuerdo a las normas vigentes en esa edición, América sería campeón, pues
para el desempate sí contaba el gol diferencia. Sin embargo, faltando tan sólo
10 segundos para el pitazo final, Diego Aguirre logró ingresar al área de
América por el costado izquierdo y cruzó un remate que incrustó el balón al
fondo de la red. De nuevo, el cuadro 'Escarlata' perdía una final continental y
a nadie parecía quedarle ya duda de lo siguiente: la Maldición de Garabato no
había desaparecido; tan sólo había mutado.
Pasaron nueve años más antes de que el América accediera otra
vez a una final de Libertadores, instancia a la que volvió en 1996 para
enfrentar nuevamente a River. La afición caleña contaba con que, habiendo
pasado tanto tiempo, las cosas fueran a otro precio y tras un 1-0 en Cali,
gracias a la anotación del 'Pipa' de Avila, el equipo viajó animado a la cita
en el Monumental. Sin embargo, un gol tempranero de Hernán Crespo igualó las
cosas, a lo que más de un respondió que todavía había tiempo para dar la pelea.
Fue entonces que ocurrió lo impensable.
Aún no se explica qué traicionó a Óscar Córdoba, quien en su
intento de rechazar un avance de Ariel Ortega, realizó un despeje que no viajó
más allá de unos pocos metros, antes de aterrizar en los pies de Marcelo
Escudero. El mediocampista argentino no perdió tiempo y le puso el balón en la
cabeza a Crespo, quien solo tuvo que cabecear con el arco vacío para darle un
golpe moral terrible al América, sentenciar la contienda y dejar a los 'Diablos
Rojos' con el anti-récord, hasta hoy no superado, de cuatro finales de
Libertadores disputadas y cero ganadas. Cuando descendió a su tumba en 2008,
Garabato debió irse con una burlona expresión de sorna en el rostro.
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