miércoles, 14 de mayo de 2014

Las maldiciones, esos rivales invisibles



¿Qué tienen en común un entrenador nacido en el viejo Imperio Austro-húngaro y un médico que se crió a orillas del río Cauca? Separados por un Océano de distancia, ambos cargaron sobre sus hombros la responsabilidad de dos aciagos destinos. Pero no por un partido mal planteado o por una lesión mal tratada. No. Fue lo que salió de sus bocas la semilla del desastre.


Entre las muchas situaciones anecdóticas que pueblan la historia, las maldiciones proferidas contra personajes famosos son de las que más captan la atención del público, dado el sino trágico que las palabras lanzadas parecieran acarrear. De particular recordación son, por ejemplo, la que lanzó Jacques de Molay, último gran maestre de la orden templaria, contra el linaje del rey Felipe IV de Francia - “¡Todos malditos hasta la séptima generación!” -, se dice que gritó antes de morir en la hoguera, o la que supuestamente lanzó el líder indígena Tecumseh sobre los presidentes de Estados Unidos y a la cual se le atribuyen las muertes de Abraham Lincoln y John Kennedy. El mundo del fútbol, por supuesto, no ha sido extraño a este tipo de historias y la inexplicable sequía de títulos de algunos clubes ha sido atribuida a las palabras terribles, con las que en un momento de ira y de intenso dolor, un personaje supersticioso signó el destino de un club. A continuación, la historia de dos "equipos malditos" a cada orilla del Atlántico.

Si en Lisboa llueve… 

Cuando comenzó a disputarse la Copa de Europa, hacia finales de los años 50, el gran rey de copas era el Real Madrid de Di Stefano, Gento y Puskas. En 1961, la racha de victorias madridistas llegó a su fin, cuando la final europea fue disputada por el archirrival del equipo blanco, el FC Barcelona, y un club del vecino Portugal, el Sport Lisboa e Benfica. El club luso, fundado en 1904, venía experimentado un notable ascenso en su calidad de juego, había ganado varios títulos en su país y poco antes de jugar la final contra el Barcelona había fichado a quien llegaría a ser una de las más grandes estrellas del fútbol portugués: el legendario Eusébio. En la final, disputada en Berna, Suiza, Benfica se coronó campeón europeo por primera vez en su historia, luego de vencer a los catalanes por 3-2, sin las presencia de Eusébio, quien tendría su debut un día después.

Un año más tarde, el club portugués alcanzó de nuevo la final continental, disputada esta vez en el Estadio Olímpico de Ámsterdam. A pesar de tener en frente, ni más ni menos, que al Real Madrid, Benfica logró defender el título al imponerse por 5-2 al club de Chamartín, esta vez con dos goles de Eusébio. Así pues, en sus siete años de vida, entre 1955 y 1962, la Copa de Campeones de Europa sólo había coronado a dos equipos: el Real Madrid en cinco ocasiones y el Benfica en dos. Los lisboetas se encontraban en la élite del fútbol europeo.

El entrenador que los ayudó a llegar a la cúspide, y protagonista de esta historia, era un húngaro de nombre Béla Guttmann. En los años 50, Hungría era potencia futbolística y Guttmann había dirigido a muchas de las grandes figuras magiares en el Honved de Budapest, entre quienes se encontraban el ya mencionado Puskas, así como Kocsis y Czibor. En 1956, los tanques soviéticos lideraron el aplastamiento de la Revolución Húngara, suceso que produjo la diáspora de las estrellas deportivas de ese territorio. Mientras que Puskas aterrizó en el Real Madrid, y tanto Koscis como Czibor lo hicieron en el Barcelona, Guttmann terminó desembarcando en Brasil, un destino lejano donde dirigió al Sao Paulo e introdujo la formación 4-2-4, que resultó crucial en la victoria de los brasileños en el Mundial del 58.

Tras su paso por Brasil, Guttmann llegó a Portugal, donde trabajó primero para el Porto y luego para el Benfica, equipo que lo contrató como entrenador en el verano de 1959 y en el que su primer gran acierto fue ser el artífice del fichaje de Eusébio. Supuestamente, según cuenta la anécdota, el entrenador húngaro pidió llevarlo al Benfica luego haber oído a José Carlos Bauer, su sucesor (¿antecesor?) en el banquillo del Sao Paulo, hablando de las virtudes del jugador a quien había visto durante una gira por Mozambique - tierra natal de La Pantera Negra y a la sazón colonia portuguesa -, mientras ambos entrenadores eran atendidos en una barbería.

Tras el éxito indiscutible de ese fichaje y habiendo logrado los dos títulos continentales frente a los clubes españoles, Guttmann consideró que era apropiado solicitar un aumento en su salario. Sin embargo, cuando se acercó a los directivos del Benfica para renegociar su paga, descubrió con sorpresa que no solamente habían rechazado su petición, sino que además fue tratado de manera poco amable. Guttmann montó en cólera. Profundamente dolido por el trato inesperado que le había dado el club, luego de las alegrías que les había brindado, el entrenador húngaro se marchó del equipo, pero no sin antes espetar estas palabras: “Ni en cien años el Benfica ganará de nuevo una Copa de Europa”.

Los dirigentes decidieron hacer caso omiso a lo que parecían las palabras de un loco y contrataron como nuevo entrenador para la temporada 62/63 al chileno Fernando Riera, quien venía de llevar al seleccionado de su país hasta el tercer puesto del Mundial de Chile 1962. En la primera campaña sin Guttmann, los lusos tuvieron una buena temporada y alcanzaron por tercera vez consecutiva la final europea, esta vez en Wembley, y parecía que la maldición del húngaro no eran más que palabras vacías.

Para levantar su tercer trofeo en línea, Benfica debía vencer al AC Milan, que contaba entre sus filas con Cesare Maldini, Giovanni Trapattoni y Gianni Rivera, tres futbolistas que dejarían su huella en la historia del fútbol italiano. A pesar de esas presencias, en ese momento, el dos veces campeón era el Benfica y lo sensato parecía ser una apuesta en favor del club portugués, que se adelantó en el marcador gracias a Eusébio. Sin embargo, en el segundo tiempo fue inmensa la sorpresa cuando, retumbando las palabras de Guttmann, un doblete de José Altafini le dio al Milan su primer título en Europa.

 Medio siglo después, el Benfica ha jugado cuatro finales más de Copa de Europa (’65 ante Milan, ’68 ante Manchester United,  ’88 ante PSV Eindhoven y ’90 frente a Milan), así como dos finales de Copa UEFA/Europa League (la del ’83 ante el Anderlecht y la de 2013 ante Chelsea) y no ha conseguido ganar ninguna. El fantasma de Bela Guttmann, muerto en 1981, aún se pasea por el Estadio Da Luz.

…por Cali no escampa  

Antes de que estos eventos ocurrieran en el Viejo Continente, de este lado del Atlántico empezaba a tomar forma el campeonato profesional del fútbol colombiano y los equipos que hasta ese entonces habían sido de carácter aficionado iban poco a poco convirtiéndose en clubes profesionales. Uno de ellos fue el América de Cali. En 1948, la asamblea de socios decidió por mayoría profesionalizar el equipo, pero bien sabemos que “por mayoría” no significa “de forma unánime”. Naturalmente, algunas voces se manifestaron en contra, entre ellas la del médico y ex jugador Benjamín Urrea, a quien apodaban 'Garabato'.

Según se cuenta, la oposición que planteaba Urrea a la profesionalización fue recibida no sólo con risas y desprecio, sino también con falsas inculpaciones. Hay quienes dicen también que a lo tenso de relación se sumaba una deuda, que desde hace un año tenía el equipo con Urrea y que para ese entonces añun que no había sido saldada. Viendo la actitud de sus socios, 'Garabato' fue presa del enojo. Cuentan que, cuando se tomó la decisión final, él se levantó furioso de la mesa y dijo: “Que lo vuelvan profesional, que hagan del América lo que quieran, pero juro por mi Dios que nunca serán campeones”.

El propio Urrea, tiempo después, contó que había salido de allí a un bar de dudosa reputación donde se puso a beber cuantiosamente, y en plena libación, hizo un ritual que consistía en llevar la botella con sus manos a la parte baja de su espalda, mientras nombraba uno a uno a los jugadores y dirigentes para que sobre ellos cayera la maldición. Luego de este incidente, 'Garabato' dejó de ser accionista, pero jamás hincha, del América.

Así pues, el club caleño comenzó a participar en el torneo profesional, pero en sus primeros campañas encontró más pena que gloria. Pasaban los años y mientras equipos de ciudades más pequeñas y con menos recursos, como el Deportes Quindío y el Unión Magdalena, lograban capturar títulos y combatir la hegemonía ejercida por clubes como Millonarios y Santa Fe, los 'Diablos Rojos' pasaban en blanco cada temporada. Al final de cada campaña, alguien siempre se tomaba la molestia de evocar lo que ya se conocía en Cali como la “Maldición de Garabato” y a esas palabras le achacaban el mal rendimiento del equipo.

Llegó así el año 1979. Tres décadas llevaba ya el club rojo en el profesionalismo y todavía no daba vuelta olímpica alguna. La dirigencia del América decidió entonces tomar cartas en el asunto. En lo meramente humano, el club vallecaucano fichó nombres del calibre de Juan Manuel Battaglia, Gerardo González Aquino y Alfonso Cañón, mientras que, en el plano sobrenatural, se realizó una misa en plena gramilla del Pascual Guerrero, con la presencia del mismísimo 'Garabato', en la que se pretendió practicar una suerte de exorcismo que pusiera fin a la maldición.

Precisamente ese año, América clasificó al cuadrangular final junto a Unión Magdalena, Santa Fe y Junior. El 19 de diciembre, el club caleño llegó a su último partido con dos victorias, dos empates y una derrota, para un total de seis unidades, (teniendo en cuenta que en esa época las victorias daban dos y no tres puntos), mismo puntaje que Santa Fe. Sin embargo, la diferencia de gol favorecía al América sobre los 'Cardenales' y un triunfo en el Pascual Guerrero ante el Unión Magdalena podía significar el esquivo primer título. Cuando sonó el pitazo final de la última jornada, América se había impuesto 2-0 con goles de Cañón y Víctor Lugo, mientras que Santa Fe apenas venció a Junior por la mínima diferencia. América, por fin, era campeón del fútbol profesional colombiano.

Pero había más. Durante la década de los 80, América vivió una impresionante racha de triunfos al salir campeón de Colombia cinco veces consecutivas, del ’82 al ’86. Parecía que la misa del ’79 había dado resultado y la maldición había sido conjurada, sin ignorar el hecho de que ese equipo tenían como gran entrenador a Gabriel Ochoa Uribe y se había reforzado con Roberto Cabañas, Willington Ortiz, Ricardo Gareca y otras figuras, gracias a la fuerte inyección de capital que desde el ’79 venían realizando los tristemente célebres hermanos Rodríguez Orejuela.

Se volvió entonces habitual la participación de los 'Diablos Rojos' en el máximo torneo continental, la Copa Libertadores de América, cuyo trofeo se convirtió en la próxima meta del cuadro caleño. La primera oportunidad llegó en 1985, cuando tras una excelente campaña, en la que sólo perdieron un partido, los de Cali llegaron a la final ante Argentinos Juniors. Los duelos en Buenos Aires y Cali quedaron ambos 1-0 a favor del local, combinación que obligó a un tercer partido en terreno neutral.

La cita fue en Asunción, donde el marcador final fue 1-1, igualdad que llevó a los penaltis. Cuando llegó el momento de cobrar el último penal, el arquero Julio César Falcioni declinó hacerlo a último momento y dejó su lugar a Anthony de Avila, quien tuvo que ir apresuradamente a patear desde los doce pasos. A la improvisación se sumó la pericia del arquero Enrique Vidallé, quien se adelantó lo suficiente para atajar el tiro del 'Pipa' y darle así el título continental al club argentino.

En el '86 volvió América a llegar a la final, teniendo esta vez como rival a River Plate. En ese choque, el equipo argentino fue notablemente superior, con una gran actuación del 'Búfalo de San Luis', Juan Gilberto Funes, quien anotó tanto en Cali como en Buenos Aires los dos goles con los que River ganó esa Libertadores. Con el peso de dos finales consecutivas perdidas sobre los hombros, los rojos no perdieron la ilusión y se prepararon para la edición de 1987.

Una vez más, América realizó una gran campaña, demostró ser un equipo que estaba para grandes cosas y por tercera vez consecutiva inscribió su nombre como finalistas. Esta vez el enemigo a vencer era Peñarol. Un 2-0 en Cali, con goles de Battaglia y Cabañas, alimentó la ilusión, pero en Montevideo el cuadro colombiano cayó 1-2. Como en esa época no se decidía por el marcador agregado, fue nuevamente necesario recurrir a la figura del tercer partido, para el cual fue designado el Estadio Nacional de Santiago de Chile.

En el juego por el título, el tiempo reglamentario terminó sin goles, obligando a jugar 30 minutos adicionales. Si el partido terminaba 0-0, de acuerdo a las normas vigentes en esa edición, América sería campeón, pues para el desempate sí contaba el gol diferencia. Sin embargo, faltando tan sólo 10 segundos para el pitazo final, Diego Aguirre logró ingresar al área de América por el costado izquierdo y cruzó un remate que incrustó el balón al fondo de la red. De nuevo, el cuadro 'Escarlata' perdía una final continental y a nadie parecía quedarle ya duda de lo siguiente: la Maldición de Garabato no había desaparecido; tan sólo había mutado.

Pasaron nueve años más antes de que el América accediera otra vez a una final de Libertadores, instancia a la que volvió en 1996 para enfrentar nuevamente a River. La afición caleña contaba con que, habiendo pasado tanto tiempo, las cosas fueran a otro precio y tras un 1-0 en Cali, gracias a la anotación del 'Pipa' de Avila, el equipo viajó animado a la cita en el Monumental. Sin embargo, un gol tempranero de Hernán Crespo igualó las cosas, a lo que más de un respondió que todavía había tiempo para dar la pelea. Fue entonces que ocurrió lo impensable.

Aún no se explica qué traicionó a Óscar Córdoba, quien en su intento de rechazar un avance de Ariel Ortega, realizó un despeje que no viajó más allá de unos pocos metros, antes de aterrizar en los pies de Marcelo Escudero. El mediocampista argentino no perdió tiempo y le puso el balón en la cabeza a Crespo, quien solo tuvo que cabecear con el arco vacío para darle un golpe moral terrible al América, sentenciar la contienda y dejar a los 'Diablos Rojos' con el anti-récord, hasta hoy no superado, de cuatro finales de Libertadores disputadas y cero ganadas. Cuando descendió a su tumba en 2008, Garabato debió irse con una burlona expresión de sorna en el rostro.










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